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Cuando vio, pues, a Jesús de lejos, corrió y se arrodilló ante él. Y clamando a gran voz, dijo:

—¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? ¡Te conjuro por Dios que no me atormentes!

(Porque le decía: «Sal de este hombre, espíritu impuro.»)

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